La democracia es un término creado por los griegos hace más de 2500 años que literalmente significa “gobierno del pueblo” por la composición de Demos (pueblo) y Kratia (gobierno).
En España tenemos un sistema que se conoce como democracia representativa. ¿Qué significa exactamente? Sencillo, que toda la ciudadanía elige a sus representantes y estos deben gobernar en su nombre. Aunque parece fácil, ¡en realidad no lo es! Construir una democracia fuerte y sana es un trabajo muy complejo y hay muchos factores en juego.
Una democracia fuerte es aquella que sabe gestionar las diferencias entre las ideas de la ciudadanía y que permite y protege la discusión de estas, siempre dentro del marco de los derechos humanos, ¡no todo vale! Para ello, es imprescindible que todas las personas puedan participar en los debates y acordar nuevas políticas que mejoren sus condiciones de vida.
Un mecanismo creado para ordenar estas discusiones son los debates parlamentarios que llevan a cabo los y las diputados/as, las personas escogidas mediante las elecciones. Por eso, es imprescindible que las elecciones sean inclusivas y que todos los colectivos estén representados. Si se excluyen colectivos en los procesos electorales no se representa a todo el mundo en los parlamentos y por lo tanto, se reduce la calidad de la democracia, y eso ¡no lo podemos permitir!
Entonces, si el poder recae en el pueblo y como decía Abraham Lincoln “la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", ¿cómo podemos nosotros, la sociedad, hacernos oír? La respuesta va desde nuestra participación en los movimientos sociales y organizaciones, escribiendo en prensa o en redes sociales y, la más importante, ¡ejerciendo el derecho a voto! Sin embargo, hay muchas personas entre nosotros a quien se les niega este derecho básico.
El voto de las mujeres
El voto de las mujeres fue la lucha principal de las feministas sufragistas a inicios del siglo XX. El primer país en otorgar el derecho al voto a las mujeres fue Nueva Zelanda, en 1893, ¿no hace tanto, verdad?. En España, las mujeres obtuvieron el derecho a voto en 1931 gracias a Clara Campoamor, pero se les prohibió durante la dictadura franquista y no se volvió a instaurar hasta 1975, siendo de los últimos países de Europa. ¿Una vergüenza, verdad?
El voto de las personas más jóvenes
En España es legal votar a partir de los 18 años, cuando alcanzamos la mayoría de edad. Sin embargo, las leyes que se aprueban, afectan a toda la población por igual. Existen organizaciones juveniles como el European Youth Forum y el Consejo de la Juventud de España, que luchan por rebajar la edad de voto a los 16 años, cosa que ya se ha hecho en países como Austria o Chipre. Estas asociaciones defienden que, si a los 16 ya podemos trabajar, también debemos poder ejercer el derecho a voto.
El voto de las personas migrantes
En España, las personas residentes extranjeras sin nacionalidad española y sus hijos e hijas nacidos en España no tienen derecho a voto en las elecciones generales, es decir, no pueden escoger el Parlamento ni el Gobierno del país. Aunque sí pueden votar en las elecciones municipales y europeas –con condiciones– el hecho de no poder participar en las elecciones generales provoca discriminaciones y acaba generando ciudadanos de primera y de segunda. Todos convivimos en el mismo país y, por ese motivo, nos afectan las leyes y políticas que se aprueban. Negar este derecho tan básico conlleva no poder decidir el futuro de nuestras vidas y que sólo se gobierne para unos cuantos. Las organizaciones migrantes y antirracistas llevan años defendiendo este derecho y poder participar en igualdad de condiciones en las decisiones políticas, ¿parece justo, verdad?
Para nosotros, la democracia es como un buen helado: cada persona, como cada ingrediente, es clave para que el resultado final sea mucho más bueno. Y por eso, en democracia, ¡todo sabe mejor!